UE Sants 1-1 FC Ascó (J.5)

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Acostumbrada como lo está a juzgar por decreto, la sociedad actual solo precisa de un resultado, una cualificación, o una etiqueta para sentenciar cualquier contenido. La materialización del todo acaba por dibujar una comparación continua. Espejos por aquí, espejos por allá. Peor que Marta y mejor que Óscar. Siempre clasificados. Lo que no hacemos -o hacemos poco- es cuestionarnos cuanta verdad hay en los diferentes parámetros que nos miden. Calcula una sonrisa, un llanto. Calcula un pase al hueco, solo lo harás si acaba en gol, tachando el magistral envío de simple asistencia. Si no, al olvido. Somos esclavos del número.

Con esta crítica abogo por una valoración del procedimiento que no dependa exclusivamente del resultado. Pasemos a la práctica: el Sants lleva 2/15 puntos, va penúltimo en la tabla, ha jugado un partido más que varios equipos, y le cuesta un mundo marcar goles. Esa es una realidad. Sin embargo ha dominado la mayoría de sus partidos, tiene una plantilla completa en la que todos aportan, y crea 3-4 oportunidades -muy- claras por partido. Esa es la otra. Aunque de poco sirve hipotetizar a toro pasado, hoy me pregunto qué sería del Sants si esas ocasiones hubieran entrado. El análisis, siempre mejor que la sentencia, debería ir en dirección a las razones por las que estas ocasiones no entran o el porqué de algunos fallos defensivos. ¿Falta de confianza con la categoría y consecuente exceso de tensión? ¿Mala racha? ¿Simple falta de puntería? No seamos alarmistas.

El Camp de l'Energia se puso los vaqueros cortos, la camiseta de tirantes, y se olvidó la gorra para albergar el partido intersemanal que enfrentaba a Sants y Ascó en una franca oportunidad para los de Tito Lossio de quedarse los tres puntos en casa. No rotó en exceso el entrenador aunque había algún que otro retoque en el once blanquiverde, que llegaba fatigado tras un correoso encuentro contra la Grama.

El primer dominador del partido no fue el Sants, tampoco el Ascó. El martes se imponía por encima de todo y de todos un ardiente sol que monopolizaba los debates existentes en vísperas de que comenzara el duelo. El balón, que rodaba con delicadeza gracias al trabajo de los aspersores, empezaba siendo para el equipo local. Un peón, dos peones, el alfiler, un caballo, el Sants movía sus piezas estrechando el cerco entorno al rey que habitaba el otro lado de la mesa. Mantenía su esquema con sobriedad un Ascó sabedor de sus virtudes y sus defectos, que le permitieron tener una meridiana ocasión desbaratada de magistrales maneras por "el puma" Yamandú.

El Sants cayó en que no se había embadurnado aún de crema solar, hecho que podía provocar quemaduras irremediables. Fue entonces cuando su planteamiento se tornó un poco más conservador, prefiriendo quedarse debajo de la sombrilla antes que batallar el sol como lo estaba haciendo. Se percató el Ascó de que tenía la playa entera para él, pudiendo correr a su antojo sobre una arena que les quemaba más a unos que a otros. Fueron momentos complicados para el Sants, que veía en el descanso el timbre que finiquita una clase pesadillesca. Un móvil descargado combatiendo una batería fiable. Sin embargo, en el vestuario local había un enchufe.

Enchufe, por cierto, con nombre y apellidos. El vecino que pone la música alta, la abuela que no deja de mirar hasta que rectificas y tiras el plástico a la basura, el amigo al que no le puedes decir que no, el primo que repite hasta cuatro veces de macarrones. Insaciable. Tito Lossio daba entrada en la reanudación a Mario Cantí, que aparecía en escena con la cabeza vendada, siendo su aguerrida silueta un albergue de prejuicios para el espectador, a la vez que de estímulos excitantes para el hincha blanquiverde.

Ingresó también Sumarroca, convirtiéndose el doble cambio en el absoluto agitador del partido puesto que el Sants aumentó con inmediatez su bagaje ofensivo, hecho que obligó al Ascó a reaccionar cual sábana que abriga tras notar el contacto de la brisa invernal que se cuela por el filo de una ya deteriorada ventana. Venían los aficionados "santsencs" quejándose en las últimas fechas por las actuaciones arbitrales que su equipo había recibido cuando un posible -y muy claro- penalti en el área del Ascó hizo explotar a las masas que se reunían en la grada de l'Energia. El panorama dibujado fuera del perímetro rectangular era curioso, unos invitaban al colegiado a comer -a determinar el qué- a su casa mientras había otros que, sabedores de la rabia que almacenaban, se alejaban de la situación cual pensador que busca el razonamiento en la perspectiva que da el caminar. Momentos después era el humo del cigarro quién, a cada calada, atendía sólidos argumentos que no osaba rebatir. Y por eso huía.

Los nervios no cesaban, el reloj volvía para esclavizar a los presentes, y el Sants estrechaba el cerco en dirección a la meta contraria sin éxito. El nivel subía a la par que la intensidad, dejándonos esta acalorados debates filosóficos alrededor de la existencia de una o más verdades. Y en esas entró Guillem Hernández. Como Augustus Gloop cayendo a la balsa de chocolate. Éramos pocos y parió la abuela. A "Guille" los partidos apretados le caen como anillo al dedo. Y viceversa.

Entró el partido en el último cuarto de hora y todos los presentes habían guardado palomitas -y el culín  del refresco- a sabiendas de que lo mejor aún estaba por ocurrir. La tuvo muy clara Mario pero su exquisitez a la hora de definir hizo que desbaratara la mejor oportunidad del partido hasta entonces. En la otra orilla Yamandú hacía naufragar todos los ataques del Ascó hasta que bajó Hipnos, dios del sueño, y durmió al guardameta argentino durante unos escasos instantes. Los jugadores del Ascó hicieron valer su pacto con los dioses y se pusieron por delante por mediación de David Silva, quién comparte nombre, apellido, y frialdad en la definición con el talentosísimo zurdo de Gran Canaria.

Era el Sants quién naufragaba entonces, viendo como la orilla solo hacía que alejarse. Más aún cuando Aleix Lage se puso toda su clase en el hombro y envió un delicioso chut al larguero. Del todo a la nada, del golazo al ocaso. Todos los jugadores remaban sin cesar mientras veían con cierto romanticismo el hundimiento del barco, pero allí faltaba alguien. "¿Dónde está Cantí?" "¿Alguien ha visto al 20?".

Cantí, al que aún le quedaba una ración de macarrones para engullir, había ligado su bote a la embarcación y remaba con piernas y brazos para acercar a su equipo a tierra firme. Y lo logró. Tras varios rechaces, Mario tuvo la misma ocasión que había marrado un rato antes. Un dejà vu. Que te lanzen un acertijo que ya te sabes. Ya pasaste por esto, ya lo fallaste. Por eso Mario anotó con una parsimonia impropia del contexto y fue a celebrar el tanto sin liberar una pizca de tensión. Curiosamente veo en betevé que el ariete abandonó el campo con un pose nada relajada. Pues eso, insaciable.

El Sants sacó un punto agridulce viendo el transcurso del partido, que deparó más oportunidades y dominio a los de Tito Lossio, pero por lo menos lo sacó. Demostrando su naturaleza a cada rato, este equipo aún tiene muchas cosas por decir en esta liga, que solo acaba de empezar.

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