UE Sant Andreu 2-0 UE Sants (J.12)

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Se acercan días, semanas, meses de frío. Se acercan tardes de sofá y manta, mañanas de sufrir la marcha del edredón, y noches en las que combatir las bajas temperaturas conforma ya un mísero y complejo plan. El invierno es eso que sabes que va a llegar, pero te pilla en manga corta, es taparte hasta arriba para acabar con los tobillos, las orejas, o las manos congeladas. En uno de los fines de semana más tajantes del año, el fútbol volvió a explicar con imágenes, sentimientos, testarazos, y gritos, que la magia que contiene no entiende de termómetros.

El Narcís Sala acogía el sábado un añorado derbi barcelonés tras 50 años de ausencia. Sant Andreu y Sants se daban cita en una tarde gélida que no impidió que las gradas se fueran llenando antes del comienzo del encuentro. Muchos/as hubieran preferido ver una película en casa sin sufrir por su integridad física, pegando sorbos inconstantes a un vaso de leche hirviendo. Sin embargo, ambas hinchadas dibujaban un derbi nada falto de ambiente, encontrando algunos en la cerveza el antídoto contra el frío.

La lluvia había cesado cuando el árbitro hizo sonar el silbato inicial, pero quedaban aún rastros de ella en el césped, que estaba mucho más rápido que de costumbre. Dicha aceleración del guión podía perfectamente precipitar cualquier acontecimiento, fatídico para unos, prometedor para los otros. Los jugadores se sabían conscientes de la cercanía del fallo, y por eso perpetraban envíos de escasa empatía para el receptor. En semejante campo de minas solo los más talentosos se atrevían a aguantar el balón y levantar la cabeza.

Los porteros, que sabían que padecer el frío en soledad era una gran noticia para sus respectivos conjuntos, mantenían la cabeza en el partido, pues sabían que tarde o temprano les iba a tocar exponer su trabajo ante el resto de la clase. La temporada avanza, y los objetivos abrigan a cada escuadra condicionando tremendamente la conducta de esta. El Sant Andreu jugaba con el papel de candidato a play-off mientras el Sants intentaba deshacerse de la etiqueta de equipo que vaga por la cola de la tabla. A los visitantes, paradójicamente teniendo en cuenta la temperatura, les quemaba el balón.

Con el descanso en el horizonte, los de Tito Lossio avisaron a los locales, eufóricos en las últimas fechas, con varias jugadas bien enlazadas que inquietaron a Segovia. Replicaba el Sant Andreu a balón parado, en el que se juntaban la inseguridad blanquiverde y el guante de Ton Alcover -jugador que pinta poco en Tercera- para guionizar las pesadillas visitantes. Crecía la participación de Yamandú en el encuentro, suceso con forma de mala noticia para el Sants. Se llegó al descanso con 0-0 en el electrónico y con la sensación de que la película acabaría por ser un thriller.

La reanudación parecía una prolongación de la línea horizontal trazada en el primer acto; césped esponjoso, cremalleras abrochadas, hinchas enervados, y cerveza, más cerveza. Quiso el Sants añadir también a ese listado la inseguridad defensiva en faltas y córneres. Cuando nadie miraba, el conjunto visitante decidió hurgar en su bolsillo para buscar la chuleta que le permitiera aprobar el examen. El Sants viene acostumbrándonos a empezar el segundo acto mostrándose desatado en sus instintos, así que simplemente necesitaba refrescar cuatro fórmulas para verse capaz de superar el 5.

Solidez atrás, el rombo del medio conectado por Bluetooth, los carrileros incisivos, y la pareja Cantí-Navarro esperando con la caña de pescar a cualquier pez inocente. Si el partido tenía similitudes hasta entonces con los disputados frente a Hospi, Vilafranca, o Cerdanyola, en los que el Sants desperdició varias oportunidades para avanzarse, la volea que mandó arriba el Sheriff y el posterior remate fallido de cabeza de Picolo fueron la guinda que corroboró el dejà-vu, que no cesa en la cabeza de los blanquiverdes, semana tras semana.

El Sants llegaba y perdonaba, como quien se pasa la tarde en la cola del súper dejando pasar a todo aquél que lleve menos peso en su carrito, solo para no hacer esperar a nadie. Como el que no quiere dañar al resto y acaba dañándose a él mismo. Llegaba el minuto 80, temido por todo aquél que siente la camiseta del Sants, pues este año se han recibido 11 de los 18 goles totales en el lapso que va desde el 80 hasta el descuento. Un 61% de los goles. Suficiente para hacer un referéndum, quizá. Y en poco más de 10 minutos por partido. Sintomático cuanto menos.

Parecía que el sábado no, pero el sábado sí. Parecía que no iba a ser a balón parado, y, en efecto, lo fue. De la misma manera que el culpable ve en el juicio su particular final, el Sants encaraba los últimos balones parados en contra sin querer mirar, sin querer recordar. Algunos se pellizcaban con tal de huir de aquello. Lanzó Alcover con la precisión del pitcher y machacó Jaume Villar con la contundencia del pívot. Otro cruel desenlace para un conjunto que mereció más por enésima vez, y que volvió a ver en sus fallos los argumentos de la derrota para castigarle.

Sin saber como afrontar el descuento, si precipitar el luto o desafiarlo, si bajar los brazos o secarse las lágrimas, el Sants caminaba hacia casa cual enamorado/a tras una ruptura no deseada, buscando porqués en esquinas, buscando futuros en desconocidos rostros. Justo antes de llegar al portal, pasó por el bar que frecuentaba siempre con su antigua pareja. Su mesa estaba libre. Ese fue el azote que sentenció al cuerpo, dejándolo caer con una áspera suavidad al suelo. Ton Alcover, con otro magistral lanzamiento de falta que engañó a propios y extraños, fue la silueta que, viendo al enamorado tendido en el arcén, osó sentarse en su mesa sin compasión alguna. 2-0. El Sant Andreu completó la hazaña con sobriedad.

El Sants se ve en la actualidad metido en una pelea entre sensaciones y resultados, unas tan abstractas, los otros tan concretos. El rendimiento del equipo es notable semana tras semana, pero es empañado por pájaras de escasa duración que castigan severamente a los de Tito Lossio. Cinco encuentros consecutivos van ya en los que el equipo no logra sentir la euforia de cantar un tanto a favor. Con la afición más cercana que nunca, pues se dice que el dolor es mejor compartido, el Sants se agarra a cualquier oportunidad futura para cambiar el rumbo de una temporada que aún admitirá muchos giros de guión, seguro.

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