AE Prat 2-0 UE Sants (J.17)

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Unos van en autobús y los otros van en taxi. Unos corren para llegar, botones de la camisa desabrochados, mientras los otros contemplan jugosos escaparates por el camino. Quizá tengamos distintos medios, características, e ilusiones, pero a todos se nos pide una sola cosa; que lo intentemos, que vayamos a por ello. A la meta, que puede tener mil formas, se llega o no se llega, y suele ser el desenlace un frío resultado que encasilla el rendimiento previo, simplificándolo. Sin embargo, ¿qué sería, por ejemplo, la celebración sin la derrota previa? Sin conocer antes la amargura del fallo, jamás podremos degustar la dulzura que nos alcanza el triunfo.

El Sants visitaba el Municipal Sagnier consciente de las notorias diferencias que lo empequeñecían cuando miraba a la cara al Prat, equipo con participaciones recientes en "2aB", con un estadio a la altura de su historia, y que goza de una plantilla confeccionada para asaltar de nuevo ese tan batallado ascenso. Los blanquiverdes, que venían encadenando dos victorias consecutivas, llegaban al domingo con la intención de rascar algo, aún a sabiendas de la complejidad de la tarea. Las bajas de Cantí, Gaudioso y Guille -columna vertebral del equipo- por sanción eran otra montaña a subir para el Sants.

El Prat comenzó dañino, incisivo. Como el/la que espera la cena tras haber olvidado la merienda. Alternando largas posesiones con transiciones de altos ritmos, los "potablava" parecían tener prisa por avanzarse en el marcador. No tardaron en conseguirlo. Después de un paradón de Yamandú a la volea de Pau Lopez, este recogió el rechace para remachar a bocajarro el 1-0. Era el minuto 4. El Sants, que aún se sacaba las legañas, parecía asombrado con la actuación coral de los locales.

Fue entonces cuando los blanquiverdes, liderados por un Navarro encendido, tocaron el timbre del partido. Sin volcarse en demasía, los visitantes habían llegado al partido cual ejército que, por lo menos, se presenta a la batalla. Mientras tanto, David Cardenas, central local, daba un clínic a toda la chavalería presente de cómo jugar en el puesto de zaguero. Si bien el Prat no bajó un ápice la seriedad de su rostro, el Sants sí afianzó la mueca de enfado que lucía, igualando los duelos, viéndose mejorado.

En uno de los mejores tramos del Sants, Aleix plantaba el balón para servir una falta lejana. Sacó después la flauta que llevaba escondida en la parte trasera de los pantalones, y puso un balón con música para que rematara Borrull de cabeza. El envió fue rechazado por el meta, quedando en pies de Cura, que empujó el esférico al fondo de la red para ver después como el asistente anulaba la validez del tanto, así como esa posterior reacción intrínseca a la euforia del gol, ese levantar los brazos en busca de la felicidad eterna. Nada, fuera de juego. Discutido, pero fuera de juego.

El Sants seguía inmerso en el choque, que se jugaba en el campo del Prat. Los locales, aunque no sufrían en exceso, buscaban deshacerse de la incomodidad, como quién ve estropeado un tranquilo rato primaveral por el cercano vuelo de una abeja. Borrull actuaba cual punta de lanza en defensa, liderando la presión con tozudez. En ataque, era Navarro quien catalizaba las oportunidades visitantes. Fabre, la gasolina que todos querríamos en nuestro vehículo, se acercó con peligro desde la banda, pero su tentativa, que fue doble, salió desviada.

Llegó la media parte, que podía satisfacer a ambos conjuntos de distintas maneras. Los locales mandaban en el electrónico, los visitantes seguían en el partido. El cuarto de hora que duró el descanso me recordó a esas mañanas invernales en las que -por el bien de todos- es necesario ventilar el piso. Las ventanas abiertas para que la corriente -helada- tiranice el ambiente, obligando a uno a abrigarse como si estuviera en la Plaza Roja (Moscú). Orejas enrojecidas, suelas del pie opacas de tanta transparencia, las manos donde se pueda. Volvió el partido y con él las ventanas cerradas y el calor de la manta. Poco nos fijamos en lo que abrigan esos malditos noventa minutos.

El comienzo del segundo acto fue intenso. Las dos escuadras salían a la pista de baile con coreografías concienzudamente ensayadas, pero a las que un mísero error podía desbaratar, teniendo en cuenta la tensión de la cuerda que narraba el encuentro. El Sants decidió destensar la cuerda. Y el Prat lo aprovechó. Tras otro buen centro de Salva Torreño, era ahora Larrosa quien remataba, sin marca, para subir el 2-0 al marcador.

Otro golpe tempranero a las aspiraciones del Sants, que tan pronto como pudo encajar el golpe, pretendió levantarse en busca de su orgullo. Demostró entonces el Sants tener intención, aunque esta quedara en nada antes de llegar a la orilla rival. El partido entró en terreno de nadie, y en esas el beneficiado era el Prat, que sabía que el tiempo corría a su favor. Los de Tito Lossio lo intentaban con más corazón que cabeza con individualidades que acababan como el balón de plástico que cae en medio del lago, irrecuperable.


Solo el Sheriff pudo asustar a la defensa "potablava", la más fiable de la liga (solo 5 goles en contra), con una volea temeraria que se marchó arriba. Las sensaciones de la primera parte parecían un espejismo para el Sants, que quería acabar el partido cuanto antes para pensar ya en el siguiente duelo. Los minutos restantes dieron lugar a un auténtico carrusel de tarjetas para los visitantes, que pedían equidad en las amonestaciones, en su juicio desiguales. El partido murió siendo el antónimo de la épica, pues cuando dejó de respirar no había nadie en su socorro para salvarlo, ni tampoco quiso decir unas últimas palabras en busca de emocionar al público. Murió en silencio, y solo, como si esa fuera la voluntad de todos, que miraban con frialdad al cadáver antes de irse y olvidarlo.

El Sants demostró el domingo que sabe competir contra equipos de más grande entidad, a la vez que se dio cuenta de que esa no es su liga. El Sants perdió el sábado un autobús que podía perder, mientras el Prat corría desatado para cogerlo, pues si no lo hacía veía como su objetivo se podía esfumar. Los de Tito Lossio tienen ahora tres citas con equipos de "su" liga a las que no pueden llegar tarde.

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